
Son casi las 9 de la mañana y el calor seco de la Alcaldía Gustavo A. Madero ya alcanzó su plenitud. No hay árboles que lo amortigüen, al menos no en la entrada de la llamada “Torre 2” del Reclusorio Varonil Norte. Se debe llegar con tiempo porque hay un protocolo de seguridad muy rígido que cumplir.
“¿Es usted abogado?, ¿viene a notificar?” me pregunta el primer policía en la entrada principal. Le respondo que no y muestro el oficio que autoriza mi entrada para impartir el taller “Uso de Hoja de cálculo”. A partir de ahí lo portaré en la mano por todas las veces que me lo pedirán. Lo extiende la Subsecretaría del Sistema Penitenciario a través de la Dirección Ejecutiva de Trabajo Penitenciaria y la Subdirección de Fomento al Trabajo Penitenciario. Todo coordinado con el Instituto de Capacitación para el Trabajo de la Secretaría del Trabajo y Fomento al Empleo del Gobierno de la Ciudad de México.
Revisan mi identificación, confirman que el nombre coincide con el plasmado en el oficio. Viene el segundo filtro que es visual. No puedo pasar si visto de color negro, blanco, beige o azul marino. Tampoco me autorizarán la entrada si llevo botas o calzado alto. “Pásele maestro” me dice con amabilidad.
En el segundo filtro debo mostrar nuevamente mi oficio, Una mujer policía registra mi nombre. Hay lockers porque está estrictamente prohibida la entrada con cualquier dispositivo electrónico, dinero y por supuesto, cualquier instrumento que pueda considerarse como potencialmente peligroso. Al verificar que solo porto papeles y plumones, camino a través del detector de metales. Sí está permitido entrar con agua, pero la olvidé en casa.
“¿Qué trae ahí maestro?” me pregunta otra mujer policía al sonar el pitido del detector manual. “Es la llave de mi locker, ¿puedo pasar con ella?” pregunto mientras muestro que la llave es chata y no mide más de 3 centímetros. “Está bien profe, puede pasar con eso”. Hay cámaras por todos lados, mentalmente cuento 8 y apenas he avanzado unos 50 metros desde la entrada principal. Miro durante 5 segundos hacia otra cámara tal como lo indica un letrero, en todo momento debe acompañarme personal del propio Reclusorio mientras permanezca dentro de las instalaciones. Un delgado chaleco con reflejantes indica lo temporal de mi estadía. Me apresuro porque faltan más puntos de revisión, aunque en adelante serán más rápidos. Mi destino es el Bloque 6.

Desconozco si es así con los demás bloques, pero a los del 6, solo les permiten una hora de patio al día. Para participar en el taller deben ser conducidos y vigilados por un custodio. Normalmente solo tienen derecho a una hora de patio. El resto del tiempo deben permanecer en sus dormitorios o en alguna de las instalaciones especiales para actividades productivas.
Mientras espero a los participantes recorro el aula. Las mesas y los bancos son pesados, de metal. Todo está firmemente atornillado al piso, el grosor de los muros hace que la temperatura del aula sea más fría que en el exterior. Eso es bueno en época de calor. Finalmente llegan, les acompañan un par de custodios y dos compañeras del área de Talleres del Reclusorio.
Hay un pizarrón con vestigios de clases anteriores. Identifico apuntes de biología, tal vez unos de matemáticas. En eso entran los participantes. Casi todos alcanzan asiento, los que no esperan recargados en la pared. Llegan jugando, alterados por la novedad de la clase, pero sobre todo por romper un poco la rutina. Me presento y pido que por favor hagan lo mismo. Quiero que digan cuál es su experiencia con el uso de computadoras. Una veintena de hombres fornidos por el ejercicio atienden la petición.
Solo uno dice tener experiencia con computadoras. Los demás dicen que poco o nada, pero les interesa aprender. Un hombre alza la mano y pregunta si se puede retirar antes de que termine la sesión, pues tiene cita con la psicóloga. “Ya ve que de por sí estoy loco y si no voy con la psicóloga imagínese”, dice mientras voltea a ver a las compañeras del área de talleres del Reclusorio. Le digo que no hay problema. Tenemos 4 horas por sesión y para la primera no contamos con equipos de cómputo. Con plumones y pizarrón logramos imaginar no solo la pantalla de la computadora, sino la compleja relación entre las partes de un negocio. También abordamos nociones básicas de Seguridad Digital en un entorno de trabajo.
El grupo es muy enérgico, les digo que hay dos reglas para el taller. La primera es que no deben quedarse con ninguna duda, que en cualquier momento pueden preguntar o pedir que explique nuevamente. La segunda regla es respetarnos. Asienten con la cabeza y comenzamos con el examen diagnóstico. Hay personas nerviosas, me vuelven a decir nerviosos que ellos no saben nada, algunos que nunca han utilizado una computadora. Les insisto que la evaluación no influye en su calificación, solo es un ejercicio inicial para medir el nivel del grupo. No los convenzo ni quitan sus caras largas, pero comenzamos. Dos no tienen bolígrafo y les presto uno a cada quien. Antes de que termine la sesión y sin que se los pida, me lo devuelven como si se tratara del objeto más valioso.
Cuando terminan su examen diagnóstico, explico en qué consistirá el trabajo final. Deberán construir un modelo de negocios aprovechando las funciones y herramientas de la hoja de cálculo. La capacitación es uno de los requisitos que deben cumplir para tener derecho al beneficio de pre liberación. Cuando recuperen su libertad, les será muy útil el planear una actividad económica propia.
Mientras avanzan las sesiones uno de los participantes comenta que años atrás tuvo una carnicería. Cuando llega el momento de capturar datos en la hoja de cálculo, se entusiasma al calcular el costo mensual de los servicios, insumos, salarios y hasta impuestos. Hace unos 20 años que no se dedica a eso, pero lo tiene fresco en la memoria. Lo mismo pasa con quienes han trabajado en zapaterías, taquerías, cafeterías y en puestos de tianguis. Su mente regresa por los datos que necesitan, comparten anécdotas de “allá afuera” y se concentran para que todo quede bien capturado en el documento.
Derechos humanos y reinserción social
Las capacitaciones para personas privadas de la libertad son tan solo una parte de lo que llamamos reinserción social. Nuestra Constitución lo establece en su Artículo 18:
[…] El sistema penitenciario se organizará sobre la base del respeto a los derechos humanos, del trabajo, la capacitación para el mismo, la educación, la salud y el deporte como medios para lograr la reinserción del sentenciado a la sociedad y procurar que no vuelva a delinquir, observando los beneficios que para él prevé la ley […]
Frente a este marco jurídico he escuchado críticas que señalan a las prisiones exclusivamente como medio de castigo y no de “premio”. Es decir, que si las personas están ahí no deberían de gozar más que de lo elemental y cualquier otro beneficio es injusto. A este tipo de posturas podemos encuadrarlas dentro del populismo punitivo, aquélla tendencia que busca castigos ejemplares y penas largas, como si con esto disminuyera efectivamente la incidencia delictiva o se reparara el daño causado a las víctimas.
Las capacitaciones para personas privadas de la libertad no son un premio sino un derecho humano. La diferencia es que mientras el premio es la consecuencia positiva de una buena acción, dentro de un sistema determinado, el derecho es algo propio de todas las personas, algo que no se nos puede arrebatar y que debemos defender. Las capacitaciones para el trabajo en los Reclusorios son además un requisito para que alguien logre el beneficio de la liberación anticipada. Al recibirlas no solo aprenden conocimientos y habilidades, también adquieren una perspectiva útil para desarrollarse como personas evitando la reincidencia. Para más fácil: si una persona no encuentra trabajo por haber estado en un reclusorio ¿a qué se va a dedicar?, ¿cómo obtendrá el sustento para sí misma y para su familia? Como sociedad tenemos la gran responsabilidad de no estigmatizar a las personas privadas de libertad y comprender las complejas circunstancias que generan la violencia estructural. Impunidad, pobreza, falta de oportunidades, desigualdad social y la romantización de la violencia, son algunos de estos factores.
Modelo de negocio para cambiar un modelo de vida
A lo largo de las 10 sesiones logramos una buena dinámica de grupo. Todos muestran interés y toman notas como si yo dictara. Una persona se mantuvo seria todo el tiempo, sin bromear como los demás, y sentada hasta el fondo del aula, tendrá unos sesenta años o poco más. Cuando paso junto a él me dice muy quedito, casi susurrando: “Disculpe maestro, es que nunca había usado una computadora, ¿cómo se abre el programa?”. Por supuesto, le explico nuevamente y me quedo con él. Los demás participantes se dan cuenta y nadie se burla ni hace mella de la dificultad de su compañero. Al contrario, entre ellos se apoyan cuando tienen dudas.
Al final de la décima sesión nos despedimos sabiendo que el taller apenas fue una introducción, el tiempo se pasó volando.
