La dispersión, un mal de época que pone a la tecnología en la mira

14 de febrero de 2022

Publicación original por: La Nación

Imagen por: Flickr

Como una manera más de pasar el tiempo durante el encierro de la pandemia, Josh Wardle, un programador de software estadounidense, diseñó un juego de letras para que su esposa, Palak, jugara en su teléfono. Lo llamó Wordle (combinando su apellido con word (palabra) y poco a poco, además de Palak, lo empezaron a jugar sus amigos y familiares. La cantidad de jugadores fue escalando más allá de su círculo íntimo. En noviembre de 2021 lo jugaban noventa personas. Dos meses más tarde, 300.000 personas. Hoy lo juegan más de un millón de personas y el New York Times se lo compró a Wardle por al menos un millón de dólares. Aunque ya es masivo, hay algo que lo distingue de otros juegos para el teléfono: sólo se puede jugar una vez por día. Hay una sola palabra para adivinar cada día, que no se renueva hasta el día siguiente y es la misma para todos en todo el mundo. Aunque de otra manera podría ser adictivo, está diseñado para que no lo sea. Y la razón para esto está en su origen: aunque le terminó valiendo un millón de dólares, la única motivación de Wardle cuando lo programó fue el bienestar de su esposa. No buscaba captar la atención –escasa– de millones de usuarios.

“Solía trabajar en Silicon Valley y soy consciente de las cosas que se supone que tenés que hacer con la atención de la gente. Tratás de capturar cuanta atención puedas”, dijo Wardle en una entrevista con la revista Slate. “Y, filosóficamente, disfruto haciendo lo contrario de todas esas cosas. Creo que eso ha tenido como efecto que el juego se siente realmente humano y simplemente agradable. Y esto resuena con dónde estamos ahora en el mundo y con el Covid, y las cuestiones que estamos intentando resolver. ¿Qué es la tecnología? ¿En qué se ha convertido?”, se pregunta.

Capturar la atención de las personas es el objetivo monetizable de las aplicaciones que tenemos en nuestros teléfonos, de las plataformas que usamos para entretenernos y de las redes sociales que usamos para conectarnos y pasar el tiempo. Los estímulos y las recompensas –como la gratificación que entregan los likes– son mecanismos para ese objetivo. Y no son solo los likes. Un estudio del investigador Leo Yekelis y otros autores encontró que, cuando tenemos varias pestañas abiertas, durante los instantes previos a cambiar de una vinculada al trabajo a una vinculada al entretenimiento –de un documento a Twitter, por ejemplo– se registra un pico de excitación en nuestro cerebro. Nuestra capacidad de atención, sin embargo, es finita. Y si cada vez es más demandada, y nuestro cerebro se acostumbró a esos estímulos y gratificaciones permanentes, ¿podemos evitar sentirnos cada vez más dispersos?

De acuerdo con Joaquín Navajas, director del Laboratorio de Neurociencia de la Universidad Torcuato Di Tella e investigador del Conicet, no hay un consenso científico acerca de si el uso intensivo de redes sociales tiene efectos comprobables en nuestros cerebros. “En neurociencia, llamamos control cognitivo o funciones ejecutivas a la capacidad de estar concentrado en una tarea mucho tiempo, cambiar de manera consciente y prestar atención de forma direccionada. Todavía no hay evidencia concluyente sobre el efecto de la tecnología sobre eso. Hay algo sobre lo que sí hay evidencia y es que muchas veces en la búsqueda del me gusta, de tener constante aprobación social, activa zonas del cerebro vinculadas con otras recompensas, áreas que generan dopamina y que pueden generar adicción”, explica.

Lo que dejamos de hacer

Por otra parte, sigue Navajas, aunque todavía no sepamos si la tecnología tiene un efecto sobre nuestro control cognitivo, o incluso si en caso de tenerlo ese efecto es negativo, hay un efecto que parece evidente pero muchas veces no tenemos en cuenta: el tiempo que pasamos en redes sociales es tiempo que no pasamos haciendo otras cosas. “En los 80 muchos investigadores empezaron a mirar el efecto de la televisión en las funciones ejecutivas de los niños. Se creía que la televisión iba a ser una especie de demonio. Y no lograron encontrar demasiado. El problema es que, quizás, aunque no haya un efecto en las funciones ejecutivas, el tiempo que pasan mirando televisión es tiempo que no pasan haciendo otras cosas positivas para su desarrollo. Lo que pasa hoy con la tecnología es lo mismo: nos perdemos de cosas porque estamos pegados al celular. Empeora nuestra relación con las actividades analógicas”, dice Navajas.

El problema del costo de oportunidad –lo que dejamos de hacer cuando elegimos hacer otra cosa– puede estar detrás de esa sensación de que el tiempo no nos alcanza para nada. Es el caso de Pablo Marzocca, un usuario de Twitter que a principios de este año se despidió por un tiempo de esa red social para “concentrarse en sus objetivos”. “Me di cuenta de que me estaba pasando mucho pensar ¿qué hice hoy? y que la respuesta fuera trabajé y miré Twitter. Ahora es trabajé y, por ejemplo, leí un libro. Me gusta Twitter y voy a volver, pero hay un precio a pagar”.

Otro concepto útil para entender esta sensación de que el tiempo no nos alcanza para nada es el de “tiempo subjetivo” versus “tiempo objetivo”. Diego Golombek, biólogo e investigador del Conicet, lo explica así: “El pasaje del tiempo se mide de acuerdo a la cantidad de cosas que pasan. Si no pasa nada en tu día, el tiempo se estira, se hace de goma. Si, en cambio, hay muchos estímulos que le señalizan al cerebro que están pasando muchas cosas, como puede lograr la tecnología, el tiempo subjetivo se acelera muchísimo. Cuanta más información estemos procesando más rápido va la sensación de que el tiempo pasa, aunque el tiempo objetivo sea el mismo”.

Para Golombek, aunque no podamos hablar de cambios comprobados en el cerebro sí podemos hablar de cambios en nuestro comportamiento. La paciencia, por ejemplo, es una de las conductas afectadas por esos cambios de hábitos. “Hay varios trabajos que muestran que cambió nuestra tolerancia a esperar, por ejemplo, un resultado de Google. La velocidad de los circuitos de procesamiento es mayor y eso predispone cuánta paciencia vamos a tener. No es un cambio orgánico, es ambiental”.

No caer en el multitasking

Otro problema asociado al uso intensivo de la tecnología es la noción –equivocada– de que podemos subdividir nuestra atención, de que podemos hacer multitasking. “Nuestra capacidad de atención es limitada. Hay pruebas muy claras de que hacer múltiples tareas baja mucho el desempeño cognitivo”, explica Golombek. Es por eso que Pablo Fernández, periodista y autor junto a Martina Rúa de La fábrica del tiempo (Penguin), un libro sobre productividad, empieza cada lunes a la mañana escribiendo en letras grandes en un pedazo de papel las palabras hacé una cosa a la vez (y lo comparte en redes sociales para recordarle lo mismo a sus seguidores).

De hecho, el multitasking digital puede ser problemático para los jóvenes en las aulas. Elena Fumagalli, profesora en la Universidad Torcuato Di Tella, estudia los efectos del uso de redes sociales en los adolescentes durante la pandemia. “Con respecto al rendimiento escolar, los resultados disponibles son mixtos. Algunos estudios muestran que las redes sociales lo afectan positivamente si se utilizan para involucrar a los estudiantes y fomentar el intercambio de conocimientos. Sin embargo, la mayoría de los hallazgos van en la dirección opuesta y muestran que las redes sociales conducen al multitasking digital, lo que reduce la atención y el rendimiento general”.

Si aceptamos que las redes sociales son grandes formadoras de hábitos, ¿esa afirmación funciona también en el sentido contrario? ¿Podemos entrenarnos para concentrarnos más y evitar la dispersión? Un estudio del economista Hunter Alcott y otros investigadores observa que a partir de entregar un incentivo económico a un grupo de participantes su tiempo de uso de redes sociales disminuye –lo cual es esperable– pero que también permanece más bajo después, cuando ya no les están dando el estímulo económico. Además, mejoran sus respuestas en preguntas de encuesta relacionadas al bienestar.

Teniendo en cuenta esto, ¿tienen sentido las dietas digitales extremas, como reducir a cero el uso de redes sociales por períodos determinados de tiempo? Para Navajas, el riesgo de esos remedios extremos es que haya recaídas también extremas. Fumagalli coincide en que hay soluciones más suaves, pero advierte que todavía nos falta saber mucho sobre cuáles son realmente efectivas: “Dado que las redes sociales no van a desaparecer, lo mejor que podemos hacer para recuperar el control de nuestras vidas es emplear algunas tácticas para reducir su impacto en nuestras relaciones, bienestar y eficiencia. Los libros de autoayuda brindan algunos consejos basados en la ciencia del comportamiento que podrían ser de ayuda, pero creo que se necesita más investigación académica para evaluar las intervenciones de políticas públicas y de comportamiento para ver qué funciona o qué no”.

Hasta que ese conocimiento se produzca, podemos enfocarnos en buscar algo que sí conocemos desde nuestra propia experiencia: lo contrario a la dispersión, la sensación placentera de estar del todo concentrados en una tarea, sin que nos demande un esfuerzo, y como si el tiempo no estuviera pasando. Una de las charlas TED más vistas de 2021 trata sobre esa sensación, y la llama flow. Para Adam Grant, el autor de la charla, es lo contrario a la desmotivación, o de la sensación de vacío que nos deja ocupar el tiempo de manera no direccionada, como muchas veces nos pasa cuando hacemos scroll en nuestro teléfono sin un motivo, mientras las tareas a las que sí les queremos dedicar tiempo se acumulan inconclusas. La manera de alcanzar el flow, el espacio para la creatividad y la satisfacción, dice Grant, es dedicarnos a aquellas tareas que implican la necesidad de perfeccionarnos, de dedicarles atención plena y que realmente nos importan.

Fuente:

Pinto, Lucia. (2022). La dispersión, un mal de época que pone a la tecnología en la mira. Argentina: La Nación. Recuperado de: https://www.lanacion.com.ar/sociedad/la-dispersion-un-mal-de-epoca-que-pone-a-la-tecnologia-en-la-mira-nid13022022/