24 de febrero de 2022
Publicación original por: El Economista
Imagen por: Piqsels
Durante el mes de julio del año 2020, la afamada revista Harper’s, publicó un artículo enérgico de cientos de intelectuales en contra de la llamada cultura de la cancelación (culture cancel) en el cual se refería los efectos nocivos de esta práctica que se generalizaba en casi todas las redes sociales y redes de opinión la cual atentaba directamente contra la libertad de expresión y el libre flujo de ideas e información en las democracias contemporáneas.
La llamada cultura de la cancelación es una práctica que ha permeado en todo el mundo y supone silenciar a todo aquel que atente en contra de los valores que el consenso de lo políticamente correcto, de lo ideológicamente aceptado, de lo subjetivamente querido plantean en la sociedad.
En palabras más simples supone silenciar a las voces que disgustan, que piensan diferente, que enarbolan un discurso que no agrada. Así lo describe el texto publicado en Harper’s: “Los editores son despedidos por publicar piezas controvertidas; se retiraron libros por supuesta falta de autenticidad; a los periodistas se les prohíbe escribir sobre ciertos temas; los profesores son investigados por citar obras literarias en clase; un investigador es despedido por hacer circular un estudio académico revisado por pares que no es adecuado a la ideología”.
Sin lugar a duda la libertad de expresión en nuestras democracias occidentales no sólo permite sino fomenta el disenso. La famosa teoría del libre mercado de ideas potencia de manera robusta la inclusión de ideas contrarias al consenso, la inclusión de opiniones que pueden ser divergentes a las ideas totémicas, de expresiones que pueden ser chocantes e inclusive cáusticas y que no se acomodan a la expresión mayoritaria. Esto no significa la ausencia de responsabilidades de la libertad de expresión, tampoco exenta la posibilidad de establecer ciertas limitaciones que permiten entender que hay discursos excluidos por la misma, pero abre la puerta para tener discusiones, debates, intercambios de ideas de manera vibrante, vigorosa y hasta ríspida de todos los temas que forman parte de la agenda social.
Hoy la llamada cultura de la cancelación se presenta como una forma tirana de la imposición de una moral pública perversa sujeta a la subjetividad y los sentimientos de quien la impone. Esta cultura cierra todo diálogo, cierra toda búsqueda del conocimiento, cierra la construcción de acuerdos y más aún cierra toda búsqueda de la verdad impidiendo inclusive generar una pedagogía correctiva que ilustre el error. Esta llamada cultura de la cancelación polariza, enceguece, asfixia y ensimisma a las personas incapaces de escuchar, entender y comprender al otro que pretende ampliar los horizontes y expectativas del desarrollo personal y de la experiencia en comunidad.
El costo es devastador para el debate, la crítica, las posiciones contrarias y para la democracia pues condena al silencio el cual, va ganando espacio permitiendo que sólo una voz se oiga y se imponga: la de los neo-intolerantes. La cultura de la cancelación no dialoga, impone violentamente produciendo el mayor de los males en la persona cancelada. No plantea una transformación de la persona pues lo que menos importa es el diálogo persuasivo para el convencimiento, lo que importa es la demostración de que la persona cancelada debe ser erradicada, pisoteada, humillada y expulsada del consenso de lo política e ideológicamente correcto. La persona cancelada es corrida de su fuente de ingresos con la esperanza de que nadie más lo vuelva a contratar pues de lo contrario la cancelada será quien lo contrate.
A lo mejor el lector está pensando que esta cultura de la cancelación es abominable, pero, ¿acaso el lector ha participado en ella? ¿Acaso ha bloqueado o cancelado a alguna persona que no comparte sus ideas? ¿Acaso se ha unido a causas que pretende borrar expresiones del pasado (libros canciones o películas) imponiendo la cosmovisión actual? Esta cultura de la cancelación permea lenta pero radicalmente a todas las esferas sociales. Es silenciosa pero efectiva pues aquellos que buscan dialogar o construir un debate con ideas diversas simplemente ya no participan. ¿Estaremos a tiempo de revertir este fenómeno?
Fuente:
Tenorio Cueto Guillermo A. (2022). Cultura de la cancelación. México: El Economista. Recuperado de: https://www.eleconomista.com.mx/opinion/Cultura-de-cancelacion-20220223-0109.html